jueves, 5 de junio de 2014

Ejercicios tipos de narrador



 Lee los siguientes fragmentos y determina el tipo de narrador en cada uno:

1. Bebieron un café. Pero no habían salido del trance, había que hacer algo de mayor audacia, y caminaron hacia el pórtico de San Francisco. Se produjo un corto cambio de palabras respecto a cuál era el edificio más alto de esa parte de la Alameda, y se inclinaron finalmente por el contiguo a la Casa Central de la Universidad. Se detuvieron ante el portal, saludaron respetuosamente al portero que dormitaba en una silla de paja y subieron riendo hasta el último piso. Husmearon dentro de una pieza donde zumbaban las máquinas del ascensor, y salieron a la azotea. Resolvieron que el edificio no era lo suficientemente alto. Subieron a cuatro edificios más. En la azotea del quinto, Pedro dijo, "Hemos estado en otros más altos. ¡Pero no importa!" Los avisos de neón en el muro, funcionando con persistencia cansina, les tiñeron el rostro de colores lívidos. Abajo pasaban trolebuses vacíos y transeúntes escasos. Pedro se sentó en el parapeto y girando sobre sí dejó colgar las piernas hacia fuera; asió el mohoso riel de metal que corría sobre el parapeto y le pasaba bajo los muslos; taconeó contra el muro, una risa congelada en el rostro verde: había tirado un cigarrillo a medio fumar que caía lentamente a la calle despidiendo chispas. Miguel sintió el hombro de Rodolfo contra el suyo y vio su mano alargarse hacia Pedro: Pero la mano no osó tocar a Pedro. Entonces Rodolfo se abalanzó hacia adelante: Pedro había cambiado casi sin ruido de posición, y se descolgaba hacia la calle, diez pisos más abajo, asido por las manos a la barra de metal del parapeto.



Cristián Huneeus, La casa de algarrobo



2. La mañana del 4 de octubre, Gregorio Olías se levantó más temprano de lo habitual. Había pasado unanoche confusa, y hacia el amanecer soñó que un mensajero con antorcha se asomaba a la puerta para anunciarleque el día de la desgracia había llegado al fin. 
 
                                                                                          Luis Landero, Juegos de la edad tardía



3. Luego se habían metido poco a poco las dos y se iban riendo, conforme el agua les subía por las piernas y elvientre y la cintura. Se detenían, mirándose, y las risas les crecían y se les contagiaban como un cosquilleo nervioso.Se salpicaron y se agarraron dando gritos, hasta que ambas estuvieron del todo mojadas, jadeantes de risa.
Entonces, Laura dijo - Volvamos - y comenzaron a secarse para caminar de vuelta. 
 
                                                                                                Rafael Sánchez Ferlosio, El Jarama


4. Me niego a corresponder, a representar el papel de esposa de alto status, que esconde su cansancio tras unasonrisa, lleva la batuta en conversaciones sin fuste, pasa bandejitas y se siente pagada de su trabajera con la típicafrase: Has estado maravillosa, querida. 
 
                                                                                   Carmen Martín Gaite, Nubosidad variable


5. Hace muchos años tuve un amigo que se llamaba Jim, y desde entonces nunca he vuelto a ver a unnorteamericano más triste. Desesperados he visto muchos. Tristes como Jim, ninguno. Una vez se marchó a Perú, enun viaje que señaló debía durar más de seis meses, pero al cabo de poco tiempo volví a verlo. 
                                                                                                 
                                                                                                                          Roberto Bolaño, Jim

 

6. Apenas había dejado la adolescencia me fui a vivir a una ciudad grande. Su centro —donde todo el mundo se movía apurado entre casas muy altas— quedaba cerca de un río.

Yo era acomodador de un teatro; pero fuera de allí lo mismo corría de un lado para otro; parecía un ratón debajo de muebles viejos. Iba a mis lugares preferidos como si entrara en agujeros próximos y encontrara conexiones inesperadas. Además, me daba placer imaginar todo lo que no conocía de aquella ciudad.
Mi turno en el teatro era el último de la tarde. Yo corría a mi camarín, lustraba mis botones dorados y calzaba mi frac verde sobre chaleco y pantalones grises; enseguida me colocaba en el pasillo izquierdo de la platea y alcanzaba a los caballeros tomándoles el número; pero eran las damas las que primero seguían mis pasos cuando yo los apagaba en la alfombra roja. Al detenerme extendía la mano y hacía un saludo en paso de minué. Siempre esperaba una propina sorprendente, y sabía inclinar la cabeza con respeto y desprecio. No importaba que ellos no sospecharan todo lo superior que era yo. 
Ahora yo me sentía como un solterón de flor en el ojal que estuviera de vuelta de muchas cosas; y era feliz viendo damas en trajes diversos; y confusiones en el instante de encenderse el escenario y quedar en penumbra la platea. Después yo corría a contar las propinas, y por último salía a registrar la ciudad.

   

Felisberto Hernández, El acomodador



7. Martín esperó, pasó el tiempo y el viejo ya no despertó. Pensó que ahora se había dormido de verdad yentonces, poco a poco, tratando de no hacer ruido, se levantó y empezó a caminar hacia la puerta por la que habíaentrado Alejandra. Su temor era grande porque ya había madrugado y las luces del alba ya iluminaban la pieza dedon Pancho. Pensó que podía tropezarse con el tío Bebe, o que la vieja Justina, la mujer de servicio, podría estarlevantada. Y entonces ¿qué les diría?
“Vine con Alejandra, anoche”, les diría.
 
                                                                         Ernesto Sabato (1961). Sobre héroes y tumbas



8. Ana Pavlovna, pensó en ocuparse de Pedro, que, tal como ella sabía, era pariente del príncipe Basilio porparte de padre.
- ¿Qué le parece a usted esa comedia de la coronación de Milán? - preguntó Ana al príncipe Andrés -. ¿Yesa otra comedia del pueblo de Lucca y de Génova, que presentan sus homenajes a monsieur Bonaparte, sentadoen un trono y recibiendo los votos de las naciones? ¡Encantador!¡Oh, no, créame! ¡Es para volverse loca! Diríase queel mundo entero ha perdido el juicio. 
El príncipe Andrés sonrió, mirando a Ana Pavlovna de hito en hito.
 
                                                                                                    León Tolstoi (1865) Guerra y Paz



9. Lo que son las cosas, Mauricio Silva, llamado el Ojo, siempre intentó escapar de la violencia aun a riesgo de ser considerado un cobarde, pero de la violencia, de la verdadera violencia, no se puede escapar, al menos no nosotros, los nacidos en Latinoamérica en la década del cincuenta, los que rondábamos los veinte años cuando murió Salvador Allende.

El caso del Ojo es paradigmático y ejemplar y tal vez no sea ocioso volver a recordarlo, sobre todo cuando ya han pasado tantos años.

En enero de 1974, cuatro meses después del golpe de Estado, el Ojo Silva se marchó de Chile. Primero estuvo en Buenos Aires, luego los malos vientos que soplaban en la vecina república lo llevaron a México en donde vivió un par de años y en donde lo conocí.
No era como la mayoría de los chilenos que por entonces vivían en el D.F.: no se vanagloriaba de haber participado en una resistencia más fantasmal que real, no frecuentaba los círculos de exiliados.
Nos hicimos amigos y solíamos encontrarnos una vez a la semana, por lo menos, en el café La Habana, de Bucareli, o en mi casa de la calle Versalles en donde yo vivía con mi madre y con mi hermana. Los primeros meses el Ojo Silva sobrevivió a base de tareas esporádicas y precarias, luego consiguió trabajo como fotógrafo de un periódico del D.F. No recuerdo qué periódico era, tal vez El Sol, si alguna vez existió en México un periódico de ese nombre, tal vez El Universal; yo hubiera preferido que fuera El Nacional, cuyo suplemento cultural dirigía el viejo poeta español Juan Rejano, pero en El Nacional no fue porque yo trabajé allí y nunca vi al Ojo en la redacción.


Roberto Bolaño, El Ojo Silva


10. Estábamos en la sala de estudio cuando entró el director, seguido de un «novato» con atuendo pueblerino yde un celador cargado con un gran pupitre. Los que dormitaban se despertaron, y todos se fueron poniendo de piecomo si los hubieran sorprendido en su trabajo.El director noshizo seña de que volviéramos a sentarnos; luego, dirigiéndose al prefecto de estudios, le dijo a media voz: -Señor Roger, aquí tiene un alumno que le recomiendo, entra en quinto. Si por su aplicación y su conductalo merece, pasará a la clase de los mayores, como corresponde a su edad.El novato, que se había quedado en la esquina, detrás de la puerta, de modo que apenas se le veía, era unmozo de campo, de unos quince años, y de una estatura mayor que cualquiera de nosotros.
                                                                                     
                                                                                    Gustave Flaubert (1857) Madame Bovary


11. Fue entonces cuando se torció el tobillo [...] Cayó en mala posición: el empeine del pie izquierdo cargó con todo el peso del cuerpo. Al pronto sintió un dolor agudísimo; pensó que se había roto el pie. Con alguna dificultad, sentado en el césped, se quitó la zapatilla y el calcetín, comprobó que el tobillo no estaba hinchado. El dolor amainó en seguida, y Mario se dijo que con suerte el percance no revestiría mayor importancia. Se puso el calcetín y la zapatilla; se incorporó; caminó con cuidado: una punzada le desgarraba el tobillo.

                                                                                                                Javier Cercas, El inquilino
 


12. Luego se habían metido poco a poco las dos y se iban riendo, conforme el agua les subía por las piernas y el vientre y la cintura. Se detenían, mirándose, y las risas les crecían y se les contagiaban como un cosquilleo nervioso. Se salpicaron y se agarraron dando gritos, hasta que ambas estuvieron del todo mojadas, jadeantes de risa.

                                                                                                            Sánchez Ferlosio, El Jarama 


13. El  maestro aguardaba desde hacía tiempo que le enviaran un microscopio a los de la instrucción pública. Tanto nos hablaba de como se agrandaban las cosas menudas e invisibles por aquel aparato que los niños llegábamos a verlas de verdad, como si sus palabras entusiastas tuvieran un efecto de
poderosas lentes.

                                                                                  Manuel Rivas, La lengua de las mariposas 


14. Se asomó al balcón. Por la plaza pasaba todo el vecindario de la Encimada camino del cementerio, que estaba hacia el Oeste, más allá del Espolón sobre un cerro. Llevaban los vetustenses los trajes de cristianar; criadas, nodrizas, soldados y enjambres de chiquillos eran la mayoría de los transeúntes; hablaban a gritos, gesticulaban alegres; de fijo no pensaban en los muertos.

                                                                                      Leopoldo Alas, alias “Clarín, La Regenta

 
15. Entramos, primer domingo después de Cuaresma, en poder de la hambre viva, porque tal laceria no admite encarecimiento. Él era un clérigo cerbatana, largo solo en el talle, una cabeza pequeña, pelo bermejo (no hay más que decir para quien sabe el refrán), los ojos avecinados en el cogote, que parecía que miraba por cuévanos, tan hundidos y escuros, que era buen sitio el suyo para tiendas de mercaderes.

                                                                                                                          Quevedo, El Buscón

 
16. Era una versión difícil de creer, pero no había otra más verosímil, y nadie pudo concebir un motivo para que Rebeca asesinara al hombre que la había hecho feliz. Ese fue tal vez el único misterio que nunca se esclareció en Macondo.

                                                                                        García Márquez, Cien años de soledad


17. Hecho así el concierto, comenzamos; mas luego al segundo lance, el traidor mudó de propósito y comenzó a tomar de dos en dos,  considerando que yo debería hacer lo mismo. Como vi que él quebraba la postura, no me contenté ir a la par con él, mas aún pasaba adelante: dos a dos, y tres a tres, y como podía las comía.
  
                                                                                                                          El Lazarillo (anónimo)
 


18. No recordaba cuánto tiempo, cuántas horas o días anduvo como un sonámbulo por las calles y escalinatas de Lisboa, por los callejones sucios y los altos miradores y las plazas con columnas y estatuas de reyes a caballo, entre los grandes almacenes sombríos y los vertederos del puerto.
                                                                                                 
                                                                                              Muñoz Molina, El invierno en Lisboa


19. Nos gustaba la casa porque aparte de espaciosa y antigua (hoy que las casas antiguas sucumben a la más ventajosa liquidación de sus materiales) guardaba los recuerdos de nuestros bisabuelos, el abuelo paterno, nuestros padres y toda la infancia.


                                                                                                            Julio Cortázar, Casa tomada


20. Argénida Lanao, la hija mayor, contó que Santiago Nasar caminaba con la prestancia de siempre, midiendo bien los pasos, y que su rostro de sarraceno con los rizos alborotados estaba más bello que nunca. Al pasar frente a la mesa les sonrió, y siguió a través de los dormitorios hasta la salida posterior de la casa. «Nos quedamos paralizados de susto», me dijo Argénida Lanao. Mi tía Wenefrida Márquez estaba desescamando un sábalo en el patio de su casa al otro lado del río, y lo vio descender las escalinatas del muelle antiguo buscando con paso firme el rumbo de su casa.


                                                                     García Márquez, Crónica de una muerte anunciada

 
21. La mayoría de los estudiantes  ansiaban llegar a la sala de disección y hundir el  escalpelo en los cadáveres, como si les quedara un fondo atávico de crueldad primitiva.En todos ellos se producía un alarde de indiferencia  y de jovialidad  al  encontrarse frente  a la muerte,  como si  fuera una cosa divertida y alegre destripar y cortar en pedazos los cuerpos de los infelices que llegaban allá.

                                                                                                    Pío Baroja, El árbol de la ciencia
 

22. Doña Rosa, mientras desayuna, piensa en lo inseguro de los tiempos; en la guerra que, ¡Dios no lo haga!, van perdiendo los alemanes; en los camareros, el encargado, el echador, los músicos, hasta el botones, tienen cada día más exigencias, más pretensiones, más humos. 
Doña Rosa, entre sorbo y sorbo de ojén, habla sola, en voz baja, un poco sin sentido, sin ton ni
son y a la buena de Dios.
—Pero quien manda aquí soy yo, ¡mal que os pese! Si quiero me echo otra copa y no tengo que dar cuenta a nadie. Y si me da la gana, tiro la botella contra un espejo. No lo hago porque no quiero. Y si quiero, echo el cierre para siempre y aquí no se despacha un café ni a Dios. Todo esto es mío, mi trabajo me costó levantarlo.

                                                                                                      Camilo José Cela, La Colmena


23. Seis meses estuvo en la cama Tomás, en los cuales se secó y se puso, como suele decirse, en los huesos, y mostraba tener turbados todos los sentidos. Y, aunque le hicieron los remedios posibles, sólo le sanaron la enfermedad del cuerpo, pero no de lo del entendimiento, porque quedó sano, y loco de la más extraña locura que entre las locuras hasta entonces se había visto. Se imaginó el desdichado que era todo hecho de vidrio, y con esta imaginación, cuando alguno se llegaba a él, daba terribles voces pidiendo y suplicando con palabras y razones concertadas que no se le acercasen…
                        
                                                                                                
                                                                                                  Cervantes, El Licenciado Vidriera


24. Pero tú les das demasiadas alas a los niños, Mario, y con los niños hay que ser inflexibles, que aunque de momento les duela, a la larga lo agradecen. Mira Mario, veintidós años y todo el día de Dios leyendo o pensando, y leer y pensar es malo, cariño, convéncete, y sus amigos ídem de lienzo, que me dan miedo, la verdad.

                                                                                         
                                                                                        Miguel Delibes, Cinco horas con Mario

No hay comentarios:

Publicar un comentario